Taller de escritura creativa on line y presencial para particulares, colegios y organismos públicos. Grupos reducidos. Creación de relatos y novelas. Coach literario individual. Edición y publicación de libros. Píldoras creativas. Concursos literarios Palabreando. Acompañamiento en el proceso de creación hasta la publicación. Nos adaptamos en precios a la economía de cada alumno-a. TE AYUDAMOS A CUMPLIR TU SUEÑO DE CREAR HISTORIAS y además TE AYUDAMOS A PUBLICARLAS.
RELATOS
Vistas de página en total
SOY TU COACH LITERARIO
HAZTE SEGUIDOR/A DE ESTE BLOG Y RECIBIRÁS TODAS LAS NOTICIAS
ÉXITO ROTUNDO DEL VIII ALMUERZO LITERARIO EN EL HOTEL REINA CRISTINA
RELATOS GANADORES CONCURSO SAN VALENTÍN
A continuación podéis leer los 3 relatos ganadores del I CONCURSO DE RELATOS ROMÁNTICOS por el Día de San Valentín.
Espero que disfrutéis de su lectura.
ALICIA MORALES FDEZ. (Algeciras)
1er. PREMIO
EL TIEMPO
Hacía más de dos años que nos despedimos
en aquel café del centro.
” Dos años ,siete meses y once días” me corrigió él con una precisión perfecta. Pensé que los contaba diariamente. Estuve a punto de preguntarle por las horas que nos habían separado para que me recordara si fue una mañana o una noche, quizás una tarde… Yo sabía con una certeza absoluta que habían pasado dos de mis cumpleaños sin él, dos agostos de levantes y ferias sin él. Dos otoños…
Me miraba apurando cada detalle, repasando mis gestos, mis manos. La manera de cruzar las piernas y la coquetería de atusarme el pelo. “Te ha crecido mucho. Eras una pelirroja de pelo corto, ahora luces una melena larga y negra” Sonreí. “Estas más delgada y más guapa”
Lo
miré “con los ojitos llenitos de ayer”, el
tiempo lo había envejecido, entristecido,
cubierto de una pátina gris que le pesaba en las
pestañas y desteñía su mirada.
Atesoraba el cansancio de los días iguales, de la rutina triste que se repite, de la abulia que nos marchita antes que el sol se ponga. “Muchas mañanas no quiero levantarme, no encuentro sentido a empezar el día, y no tengo razones….”
“No, no tienes razones” le dije, “o quizás las tienes todas. Todos tenemos derecho a deprimirnos pero no tenemos derecho a recrearnos en la tristeza. Tu elegiste.”
Recordé “Palabras para Julia”. “Te echo mucho de menos, tu entusiasmo, tu alegría. Tu manera de acurrucarte cuando duermes. Tu risa.”
Pensé que el tiempo es injusto, y relativo, él había envejecido tanto ante mis ojos, yo me sentía más joven, como antes de él. Dos seres distintos, en edad, en ideas, en clase social (siempre fue tan clasista) ,en pensamientos mirándose cara a cara. Él echándome de menos y yo dejándome echar de menos.
Un sentimiento agridulce me subía desde la planta de los pies hasta la nuca, como una tibia caricia que me susurraba que no hay más Macondos, ni mangos dulces, ni arenas de playas color azafrán para aquella que asumió su disidencia…
Yo me
morí de dolor tras la ruptura, morí y renací. Muerta de pena viví día a día
hasta llenar los días de
razones para lavarme la cara y buscar el pan y la alegría.
Él hizo lo más conveniente, su vida se fue tiñendo de gris y se condenó a una perpetuidad de aburrimiento…
Habían pasado más de dos años. Dos años ,siete meses y once día.
Cuando
los humanos son felices un aura de luz posee sus almas. No puedo explicarlo,
pero es tan hermoso, que ni siquiera parecieran ser los seres más
insoportables, ruines y embusteros. Los humanos son moldeables, una pequeña exposición
a la maldad y ya estarán sucios, quizá de por vida.
Y
yo... Yo solo soy un ángel que los ve desde lejos, queriendo vivir algo
parecido.
De
la nada, escucho los pasos de sus Converses azules retumbar cerca de mí. Me
toma de la mano y pone su rostro pegado a mi brazo.
—
¿Me invitas a algo?
Me
debe casi la vida desde que la conozco, y todavía se atreve a preguntar.
—Toma
lo que quieras, rápido, yo voy a pagar.
Salió
corriendo a buscar lo que quería, mientras yo le ponía la tapa a mi café con
crema. Giré y la vi, traía papas y una bebida energizarte en lata. Me paré
frente a ella.
—
¿Almorzaste? —ella negó—. ¿Al menos desayunaste? —Volvió a negar.
Me
dirigí Caja, le pedí una rebanada de pizza y pagué todo. Ella me siguió.
Andrea
—O Andy, como muchos la llamaban— era la pequeña luz de mis ojos. Entre todos
los humanos ella tenía algo especial, ella es simplemente cautivante. Quizá no porque
fuera mejor que todos ellos; seguía siendo como todos los demás, la seducían
los placeres y ella me seducía a mí.
—
¿Vas a la biblioteca?—habló, mientras mordía su pizza.
—Sí,
como todos los días.
—
¿No te aburres?
—Para
nada.
Nuevamente
tomó mi mano. Una corriente de electricidad me recorrió de la punta de los pies
hasta la última fibra de mi cabello cuando sus dedos se entrelazaron con los
míos. La miré, sus ojos avellanados brillaron y mi corazón empezó a saltar como
loco por toda mi caja torácica.
—Ven
conmigo —salió de sus labios.
—
¿A dónde?
—A
un lugar menos aburrido.
Me
dejé llevar por ella, mis pasos la seguían, y sí, la seguirían donde quiera que
fuere, por todos lados. Llegamos hasta la iglesia, entramos y ella me guío
hasta unos andamios. La detuve.
—Andy,
creo que no podemos subir ahí.
Soltó
mi mano, me miró desafiante y se subió al andamio. Pero como dije anteriormente,
la seguiría a cualquier lado, sin importar dónde. Empecé a subir, y con un poco
de miedo llegué a la cima. Estábamos en el campanario, debajo del hermoso cielo
púrpura que cubría todo San Rafael. Nos pusimos a la orilla para verlo mejor.
Ella miraba el cielo y yo la miraba a ella. Me arriesgué, llevada de todo lo
que sentí, y puse mi mano sobre la suya.
No
dejaba de verla. No podía.
Sus
ojos volvieron a mí y me aprisionaron. Su postura cambió, estaba totalmente
frente a mí. Sus manos se acercaron a mis hombros, se puso de puntillas y en un
parpadeo, sus calientes labios chocaron con los míos. De repente, algo se encendió.
Una chispa que en mi alma se hizo un caos. Algo enorme. Gigante. Una explosión
de dinamita. Era un beso lento, calmado pero dominante. Era hambriento, como si
tal fuera que llevábamos siglos deseándonos.
Pero
no todo fue bonito en ese momento. Mi espalda, especialmente mis alas,
empezaron a arder. Me separé bruscamente de ella. Apoyé mis brazos en el muro,
tratando de contener el dolor.
—
¿Ángela, estás bien?
—Sí,
sí, estoy bien. —dije entre dientes.
—No
creo que lo estés —trato de tocarme pero la detuve. Esto era malo—. Déjame
ayudarte.
—No
puedes.
Un
grito de dolor salió de mi garganta, mis alas rompieron mi camiseta, las agité,
pero parecían no responderme. Las sentí quemarme, como si se estuvieran
desgarrando por completo.
Mis
alas...
Mis
alas se deshicieron ante mis ojos.
Entonces
en ese momento, dejó de doler, al menos un poco.
—
¿Estás bien? —Andy estaba tan en shock como yo—. Ángela…, tus alas.
Ella
sabía que yo era un ángel. Creo que desde que la conozco no logro guardarle
ningún secreto.
Reí
herida, y sin saber cómo reaccionar.
—Los
ángeles no podemos tener ese tipo de contacto con los humanos —dije—. Veo que
esas son las consecuencias.
Ella tomó mi rostro entre sus manos,
preocupada.
— ¿Ahora eres humana?
—Sí.
—Mierda, todo esto es mi culpa —dijo,
soltando mi rostro, alejándose de mí.
—Niña, estoy bien —la tomé por la cintura—.
Estoy bien ahora que puedo estar completamente contigo.
Fulgencio se levantaba cada mañana con muchísimas ganas de
trabajar. El campo lo era todo para él,los distintos verdes de
la campiña le sorprendían a diario a pesar de que era el
paisaje que siempre tenía delante, los árboles que crecían
salvajes le maravillaban porque en sus ramas constantemente
había reuniones de pájaros diferentes según la estación, las
florecillas daban un aspecto elegante y colorido al suelo que
veía desde el macuto hasta llegar al terrenito que Manolo, su
dueño, visitaba cada mañana para trabajar la tierra que le
daría las mejores papas colorás de los alrededores.
Cada día Fulgencio,junto con la machota y los guantes se
repetían la buena suerte que el destino les había deparado al
haber topado con un campero tan estupendo y tan trabajador
como su amo.
Cada día era el mismo ritual, llegaban al terrenito, Manolo se
ponía los guantes, cogía la machota con una mano y con la otra
el arado y se dirigía a la vereda derecha donde las papas.
Pero ese día Manolo dejó el macuto en el cobertizo de madera de
pino y se dirigió a la estantería del Leroy Merlín que había
colocado dentro y cogió la herramienta más sexy que Fulgencio
había visto jamás. Allí estaba Estrella, la zoleta nueva con
precio y todo, mirándola bobaliconamente.
¿Amor a primera vista?
Ella le miraba atentamente, brillaba su hoja nueva con una
ilusión antes no vivida,él cohibido y con barro del día
anterior le hubiera dicho mil cosas: cómo se puede ser tan
bonita,por ejemplo,o cuánto tiempo había esperado ese momento,
pero Fulgencio era corto,bueno corto no, no sabía cómo sacar las
palabras adecuadas ¿y si metía la pata? ¿Y si su voz grave de
barítono de coral la asustaba? ¿Y si ella esperaba otra cosa? ¿Y
si ella no
estaba en la misma sintonía?
Fulgencio en el fondo sabía que la zoleta lo miraba
diferente,¡se nota! sentía que un hilo rojo había envuelto sus
hojas,ella nueva del leroy y la de él, de la ferretería de toda
la vida, magullado por los terrones, sucio por el barro.
¡Va! Cómo se va a haber
fijado en mí....pensaba.
El rastrillo, viendo el percal que en un momento se había
montado en la caseta intervino:
—¡A, qué sorpresa, tenemos herramienta nueva! ¿Qué pasa guapa?
¿Que tal estás? Mira me presento,soy Eleuterio y este de aquí
tan parao es Fulgencio, ¡chiquillo, dí algo! Qué bofetonada
tienes Lute, ¡por Diooo!, otra vez me deja en vergüenza.
¡Qué envidia me da!pensaba con sofocación el pobre arao. Y es
que a él se le atropellaban las palabras, sabía qué decir, pero
lo que sentía sonaba ridículo,y prefería callarse y mirar de
soslayo.
—Hola,¡qué alegría de recibimiento!Soy Estrella y estoy deseando
trabajar con vosotros. ¿Cuándo empezamos?
Ahí es cuando Fulgencio se deshizo en explicaciones, que si
primero Manolo hacía tal, que luego hacía cual, que ...todo lo
que concernía al trabajo le salía del tirón pero cuando se
trataba de sentimientos, ya se quedaba congelado.
Estrella le miraba embobada y abducida por la cadencia de la
voz del arao,de la precisión de sus palabras y de pronto en un
arrebato de los suyos le dijo: Oye arao, ¿y si nos hacemos
novios?
Lute se quedó muerto y Fulgencio se volvió a congelar.
—PPPEROOO QQQQQ QQQQué dices Estrella?
—Po eso, que nos hagamos novios, mira yo soy muy práctica. Ahora
estoy nueva, pero después de varias zoletadas me voy a
empezar a descascarillar y tú estás hecho un desastre ¡sabe Dios
cuántos acres has arado en tu vida! Nos hacemos novios el
tiempo de labranza y disfrutamos de lo que tenemos. No sabemos
cuánto tiempo nos queda y ahora estamos bien y vamos a pasar
tiempo juntos, así que no perdamos el rato, ¡chiquillo!
—Ppeppero asssí, ¿sin mmmmmás? Si ni siquiera sé decir cosas
bonitas, pero las tengo aquí dentro, de verdad!
—Yo te enseñaré, entre arado y arado ,zoletada y zoletada te
enseñaré a expresar lo que te hace reír, lo que te hace llorar
lo que te hago sentir. ¡Es fácil!¡Créeme! Déjate llevar. Suelta
y confía.
Mientras decía esto, Fulgencio cada vez se acercaba más a la
estantería, hasta que la tuvo tan cerca que no pudo resistir
tanto fulgor de la hoja nueva del Leroy que, cerrando los ojos
la besó.
Ella, medio desmayada por la sorpresa le dijo:
—Repite conmigo "Solo somos una vida y a esta ya llegamos tarde.
Camina conmigo,dame tu mano,yo te digo el camino"
Así lo hizo Fulgencio. Repitió la frase tocho de Estrella y no
se escuchó ni tan mal.
Lute se quito de en medio asqueado de tanto pasteleo y ellos
esperaron a Manolo, a que los introdujera en el macuto para ir
a coger las papas.
FALLO CONCURSO RELATOS DE SAN VALENTÍN
Fallo del concurso de relatos Día de San Valentín.
VIII ALMUERZO LITERARIO
VIII Almuerzo literario en el Hotel Reina Cristina de Algeciras. Sábado 18 de febrero.
¿Te animas a pasar un día aprendiendo a escribir relatos con una master class divertida con juegos literarios y un cadáver exquisito cooperativo? Además, presentación del libro de la escritora Alicia Morales, y almuerzo y merienda incluidos, en un enclave con mucho encanto. Grupo reducido a 25 personas.
TALLER DE CIENCIA FICCIÓN, TERROR Y FANTASÍA
Comenzamos un nuevo taller destinado a los jóvenes entre 16 y 25 años amantes de la ciencia ficción, terror y fantasía.
¿Te animas a crear historias fantásticas que puedas desarrollar más tarde en un cómic o en libro?
Taller para jóvenes de entre 16 y 25 años.
Aprenderemos juntos el arte de imaginar un mundo distinto. Grupos reducidos.
CONCURSO DE RELATOS DÍA DE LOS ENAMORADOS
Hola, amantes de las letras, Palabreando lanza un nuevo concurso de relatos. Esta vez relacionado con ese día que muchas personas desean que llegue y otras, lo odian a muerte, el día de San Valentín.
Por ello hemos preparado este concurso, cuyas bases puedes leer en el vídeo que os presento al final de este post. Ya sé que los premios no son tan espectaculares como en otros certámenes, pero poco a poco los vamos subiendo de nivel.
Lo importante es participar y que el jurado, que sabe lo que se hace, elija a los mejores. Eso, para mí, ya sería un subidón para seguir escribiendo, así que os animo a participar y que la adrenalina se os ponga a tope.
MUCHAS GANAS DE CREAR HISTORIAS
Comenzamos el 2023 con muchas ganas de transmitiros todo lo que yo he aprendido en años de estudio y experiencias en el arte de crear historias.
Tengo muchas ideas para desarrollar este año: almuerzos literarios, píldoras literarias, talleres on line y presenciales, feria del libro, publicación de los trabajos de los alumnos-as, concursos literarios y mucho más.
Quiero agradecer personalmente a cada uno de mis alumnos-as, a aquellas personas que participan en los concursos literarios, a las que se apuntan a los almuerzos literarios o cualquier evento que organizo, y por supuesto, a los que siguen este blog, la página de facebook, instagram y yotube.
Gracias por pertenecer a la gran familia de Palabreando, sin ustedes yo no tendría nada que hacer por estos lares.
Os recuerdo que en la sección de Píldoras Literarias, ya está subidaa la primera pílddora y cada 20 días iré subiendo las siguientes.
En breve os comunicaré los nuevos eventos. Y como siempre, sigue abierto el plazo de inscripción para los talleres de escritura nivel 1, 2 y 3, así como los acompañamientos individualizados y el coaching literario, que tantas satisfacciones mutuas nos está dando.
Se abre este año un nuevo departamento, el de CORRECCIÓN DE TEXTOS. Así, que aquí me tenéis para ayudaros a conseguir vuestro sueño: CREAR HISTORIAS Y PUBLICARLAS.
Mi mail: tallerescrituranrf@gmail.com
RELATOS DE NAVIDAD. Ganadores y menciones del 1er. certamen de Navidad de Palabreando Taller de escritura
1er. Premio de relato de Navidad. Juan Barreno González (Algeciras)
"Así el frío exterior del mundo condensa las penas en el interior del hombre, así caen gota a gota las lágrimas sobre el corazón". (Mariano J. de Larra–Nochebuena de 1836)
NOCHEBUENA DE 1.993
Mirza Vudjovic no quería que llegara la Navidad. En otro tiempo tan deseada, ahora procuraba ignorarla. No quería ver los signos externos que en la ciudad anunciaban esta fecha tan señalada. Con la mirada perdida y su lento caminar, podía tropezar con la gente que colmaba sus brazos de regalos, con árboles falsamente decorados presumiendo su belleza perdida de otro tiempo, o deslumbrarse con multitud de luces intermitentes de colores, dispuestas ordenadamente para formar elocuentes y tiernos dibujos en dulce armonía navideña. No podía, no quería, fijar la mirada en ningún detalle. Probablemente en su Sarajevo natal, las luces, las sirenas, y los regalos enviados desde el cielo a la población, constituían otro paisaje igual de intenso, pero muy diferente, insólito, absurdo e incomprensible a la vez.
Educado por su madre dentro
de la religión musulmana, que todavía profesaba, se casó con una serbia
católica, y no le importó aceptar con cierta resignación, que sus tres hijos escogieran
la religión de su madre. Era una convivencia tan feliz, que a pesar de la
paradoja que suponía para él, anhelaba cada año la celebración de la navidad.
Ahora, en este cercano final
de año de 1993, paseaba por la calle, no tenía fuerzas ni para agradecer la
buena acogida que la gente de la ciudad donde se encontraba le había dispensado
y que en el fondo de su sentimiento intuía. Cuando le dijeron que iría a
España, a Granada, gruñó interiormente por la ironía del destino de llevarle a
esta ciudad tan llena de historia musulmana, con aquel vacío interior y en
aquella penosa situación personal. Él era uno más, un refugiado más de los
muchos que tuvieron que salir, -mudados de lugar, como objetos frágiles por
temor a quebrarse en una habitación infantil, como si ya no estuviera roto- de
donde un día pudo decir que era su país, Yugoslavia. Se detuvo frente a un
pomposo escaparate pletórico de felicidades ajenas, pero lo único que acertaba
a identificar en el reflejo del cristal, era su propia figura con las señales
delatoras de su honda tragedia marcada en el rostro: las cicatrices que
cerraron sus heridas, y que consiguieron, muy a su pesar, que fuera el único
superviviente del bombardeo de su casa en una noche próxima a la navidad. Ya
había pasado un año, pero su abatimiento cuando supo que había perdido a toda
su familia fue tan intenso, que a pesar del inevitable transcurrir del tiempo,
no abandonaba su deseo extremo de no pertenecer nunca más a este vesánico
mundo.
Mirza Vudjovic más que vivir,
vegetaba. Vegetaba como una seta en un florido y fastuoso jardín. En los últimos
días había conseguido convencer a su cuerpo para dar un corto y sosegado paseo.
Marcado por la soledad eterna, se dirigía de vuelta al lugar de partida, el
centro de acogida donde se hospedaba. En la puerta, un grupo numeroso se
felicitaba, mientras unos niños cercanos cantaban villancicos. Unos pequeños
copos blanquecinos que empezaban a cubrir las calles parecían como si
transmitieran al ambiente la constante nubosidad de su cerebro. Sin levantar la
cabeza, cruzó la entrada y fue directamente al comedor, donde estaba todo
preparado para la cena. Ocupó el lugar que tenía reservado para ello y se
dispuso a esperar a que le sirvieran.
En la primera cucharada que
se llevó a la boca, Mirza Vudjovic alzó sin querer la vista a la realidad, y en
un gran calendario colgado justo en la columna que se encontraba frente a él,
pudo observar que marcaba el 24 de diciembre. Se le aceleró el corazón hasta el
punto de sentirlo cerca de la boca.
- ¡Ya es Navidad!
Se dijo para sus adentros, al tiempo que sentía un doloroso nudo en la garganta
que le impedía pasar la sopa con fluidez. Mientras tanto, de fondo, seguían
escuchándose los cantos de fiesta.
2º Premio de relato de Navidad. Pilar Fdez. de Torres (San Roque)
Por aquel entonces contaba con tan solo ocho años. Era una noche fría y clara de invierno. Me asomé por la ventana y vi una estrella fugaz. Pedí un deseo y lo guardé en lo más profundo de mi corazón.
La noche siguiente vi otra estrella fugaz y volví a pedir el mismo deseo. Así estuve durante una semana. Hasta que llegó el día de reyes.
Siempre he intentado mantenerme despierta esa noche mágica. Pretendía con ello, ver a mi Rey favorito, Baltasar, aunque nunca lo conseguía. Para cuando los regalos estaban depositados a los pies del árbol de navidad, yo estaba profundamente dormida.
Excepto cuando llegó la gran noche.
Ese día me acosté temprano. Me arropé hasta la nariz y dejé al descubierto mis ojos expectantes. Estaba super emocionada. Siempre había creído que los Reyes entraban por la ventana de la habitación, por eso no desviaba la mirada de ella. Pero como siempre me pasaba, los párpados comenzaron a caer lentamente. Los encogía y abría varias veces para disminuir el letargo, me daba pequeños golpes en las mejillas, hacía muecas con la boca, pero los ojos me pesaban y podía más el sueño. Hasta que a través de los cristales empañados vi un destello enorme que iluminó toda mi habitación. Salté de la cama y abrí rápidamente la ventana, todo el cielo estaba lleno de estrellas luminosas y brillantes que serpenteaban velozmente y estallaban. Toda una luz resplandeciente surcaba el cielo y lo volvía blanquecino como diamantes. Una hilera de estrellas empezó a hacer espirales en el centro y poco a poco fue formándose una silueta humana. De pronto apareció una bella mujer tan blanca como la propia estrella, casi transparente, ataviada de un traje plateado. Ella me miraba con ojos melosos y me habló:
—Hola Jara. Me llamo Melissa, pero
seguro que no sabes quién soy —Su voz aterciopelada era melodía para mis oídos.
Yo no podía articular palabra y negué con la cabeza. —¿Y si te digo que soy la
esposa de Baltasar? —No podía creer lo que oía, lo que veía, lo que estaba
viviendo. Aunque segura de que no era un sueño, mi mente intentaba sabotear la
experiencia diciendo que no podía ser.
—¿La esposa de Baltasar? No sabía
que tuviera esposa —dije de forma tímida. —Pero estoy feliz de conocerte, de
saber que él no está solo.
—Yo te conozco a ti de siempre y sé
de tu deseo —continuó —Por eso he querido traerte este regalo en persona. Ya
sabes que Baltasar esta noche la tiene ocupada.
—Siempre he intentado mantenerme despierta para conocerlo y nunca lo he conseguido. Sin embargo, me alegro de saber de ti —dije. Me contó que ella siempre va con Baltasar para repartir los regalos a toda la humanidad. Su cometido es tan importante como el de su esposo, solo que ella, al ser casi transparente apenas sí se le aprecia. Me dijo que Baltasar no es rey, es mago al igual que ella. Juntos elaboran pócimas y menjunjes con productos de la vida. Trabajan con lo que la naturaleza les da. Evocan a los espíritus del aire, del agua, de la tierra y del fuego, siempre con fines benévolos para intentar salvar a la humanidad de todo mal. Un día, hace ya varios siglos, sus compañeros de viaje, Melchor y Gaspar, les suplicó que los siguieran en una larga y maravillosa aventura, la de ofrecerles regalos a un recién nacido muy especial, el Mesías. Iban a ser guiados por la estrella de oriente al desconocer el lugar de la natalidad, pero que se sentirían más seguros si Baltasar iba con ellos, por ser un gran faquir, así, les salvarían de los posibles peligros que pudieran encontrar por el camino con su magia. Baltasar aceptó, pero con la condición de que su esposa, Melissa, los acompañara también. Desde entonces cabalgan siempre juntos subidos al camello como si fueran uno, porque al tenerse tanto amor no pueden separarse ni un segundo. Sin embargo esta noche, hacían una excepción, no iban a estar juntos para cumplir mi deseo.
Ella, con una sonrisa dulce, se acercó más a la ventana y extendió los brazos. Entre sus manos portaba una cajita de madera con incrustaciones de bronce y me la entregó. Cuando la abrí, pude ver una especie de resina de la que emanaba un agradable aroma, sin poder determinar de qué se trataba.
—Es mirra —Me confirmó al ver mi cara de asombro. —Con ella aromatizarás la habitación de tu madre y se impregnará de fresco oxigeno sus pulmones, mezclarás la resina con agua de rosas y con su ungüento sanarás sus llagas y cicatrizarán, y por último, con su esencia masajearás las raíces de sus cabellos y los perfumarás, los verás brotar como el manantial más caudaloso. No te asombres si la ves levantarse y preparar el desayuno como siempre ha hecho, feliz y saludable. De esa forma se cumplirá tu deseo que con tanto fervor has pedido.
Mis ojos se humedecieron. Hoy a mis treinta y tres años aún se humedecen al recordarlo y la comisura de mis labios se eleva hasta que una sonrisa agradecida aparece en ellos. Cada vez que apoyo la cabeza sobre las piernas de mi madre, ella me acaricia el cabello y me dice:
—¿Te acuerdas de aquella
gran noche?
3er. Premio de relato de Navidad. Mª Carmen Guerrero Pérez (Algeciras)
Entre luces y sombras
Empezaba ya a notar el frío en aquella caja de cartón del
sótano, me puse contenta porque esto indicaba que había llegado diciembre, el mes de la Navidad, el
mes de la alegría, de las risas de los niños, de olores a galletas recién
hechas, de volver a casa, de brindis y de amor.
Llevaba muchos años con la familia González, había visto crecer
a Ana y Ricardo, los hijos de Luciano y Mariana, y hace cinco años llegó Lucía,
la primera nieta, después llegaría el pequeño y travieso Ricardito. Los nietos
habían vuelto a llenar la casa de inocencia, de ilusiones, de la magia de las
primeras veces cada vez que escuchaban una nueva historia de su abuelo o
probaban los deliciosos y variados bizcochos que con tanto amor cocinaba
Mariana. Luciano vivía ahora la Navidad con mayor alegría, él era el motor de
estas entrañables fiestas y esperaba estas fechas con una gran ilusión.
Por fin la puerta del sótano se abrió y escuché como subían por
una escalera a la parte alta de la estantería y recogían mi caja.
Había llegado el día de brillar en lo más alto del árbol. Estaba
realmente emocionada.
Abrieron mi caja y mi sorpresa fue que
no era Luciano el que, como todos los años, me sacaba con cuidado de la cajita,
sino Mariana, que paralizada con semblante triste dudaba entre meterme de nuevo
en la caja de cartón con olor a humedad o dejarme fuera. Pero ¿qué estaba
pasando? ¿Dónde estaba Luciano?
De repente, entró Ricardo en el salón, y se dirigió a su madre
con su sonrisa afable:
¾ Vamos mamá, es
hora de montar el árbol.
¾Me cuesta
mucho hijo, era tu padre el que se encargaba y sabes lo que le gustaba la
navidad. Él nos contagiaba a todos. Yo no
sé si podré, es muy duro para mi¾contestó Mariana con los ojos sollozos.
¾Claro que si
podremos mamá, era lo que papá hubiese querido. No podemos perder la tradición.
En ese momento, acababa de descubrir que ya no volvería a ver a
Luciano y fue el día más triste de mi vida. Yo era su estrella, la que llevaba
40 años adornando su árbol, la que compró en aquella tienda de antigüedades, la
que más brillaba, como siempre él decía.
Los niños entraron en el salón entre saltos y cánticos
de villancicos, y se pusieron rápidamente a ayudar a su padre y abuela a
adornar el gran árbol. Todos terminaron animados cantando al unísono como cada
año. Lucía y Ricardito habían logrado alegrar a Mariana.
Por fin llegó la hora de colocar el último adorno, la estrella
dorada. Esta vez fue diferente.
Ricardo montó a su hijo en hombros y le comentó que este año
sería él, Ricardito, el que colocaría la estrella que ayudaría a los Reyes
Magos de Oriente a encontrar la casa; relató la misma historia que años tras
años contaba su padre cada vez que me colocaba en su árbol.
Sentí una sensación agridulce, Luciano ya no estaba entre nosotros,
pero había dejado un gran legado en
su paso por la tierra. Su bondad, su amor y su devoción por la familia, lo había transmitido a sus
hijos, y ahora ellos junto con sus nietos seguían sus pasos.
Yo, su estrella, tenía que seguir con mi cometido, pero ahora,
brillaba también iluminando el cielo, para que Luciano pudiese ver desde arriba
su gran creación, su familia, fruto de todo su amor y dedicación.
Y fue, entonces, cuando me
acordé de una bonita frase que siempre nos recordaba Luciano: “No olvides que el amor que dejas en la
tierra, es lo único que perdura para
siempre”.
1ª Mención especial. Juana Mª Andrades Navarro (Algeciras)
UN PEQUEÑO MILAGRO
La abuela Encarna vivía en un barrio donde las
instalaciones eléctricas eran casi tan viejas como ella y al más mínimo soplo
de viento la luz se cortaba. Aquella noche hubo un gran temporal de levante y
buena parte de la barriada se quedó a oscuras. La mujer no se enteró porque se
había tomado una pastilla para dormir y se despertó bien entrada la mañana
cuando ya el suministro eléctrico estaba restablecido. Vivía sola en una casa
de dos plantas desde que sus hijos se habían emancipado.
El que más la visitaba era el pequeño, que un día
tuvo la feliz idea de llevarle una incubadora y una docena de huevos que le
regaló un granjero diciéndole que de ellos saldrían buenos polluelos. El joven
poseía un huerto y quería criar sus propias gallinas. No tenía mucha idea de lo
que debía hacer y consultó varias web que coincidían en que era mejor incubar
los huevos en una especie de cajón del que facilitaban incluso los planos.
Decidió seguir las instrucciones y fabricarlo él mismo y se dio cuenta de que no
podía faltarle la conexión a la red eléctrica en ningún momento. Sin ella, los
huevos no recibirían calor y los pollitos que contenían se morirían. Como sabía
que su madre estaba mucho tiempo sola, decidió llevárselos para que fueran su
entretenimiento y le advirtió que nacerían en fecha cercana al día de Navidad.
Faltaban pocos días para las fiestas y Encarna se
levantó decidida a poner el belén después de desayunar, pero se dio cuenta de
que algo había sucedido en la incubadora aquella noche.
—¡Por
Dios! —exclamó
acercándose a la máquina—¿Qué ocurre aquí? ¿Y mis pollitos como
estarán? —dijo
muy alarmada al darse cuenta de que se había ido la luz durante toda la noche.
Al asomarse a la caja y abrirla vio un espectáculo
desolador. Tras la catastrófica madrugada sin luz, la vida consiguió abrirse
camino y de los doce pollitos solo salieron cinco del cascarón, los demás no
habían resistido. Lo supo en cuanto tocó los huevos y los sintió fríos. La
mujer observó la incubadora sin saber qué hacer y se dio cuenta de que uno de
los polluelos aún estaba luchando por sobrevivir y se movía levemente con la
cabeza y medio cuerpo fuera de la cáscara.
—¡Ven aquí, pequeñín! —exclamó cogiendo al
pollo con lo que quedaba de cascarón entre sus manos.
Lo llevó a la mesa de la cocina y allí le quitó con
mucho cuidado los restos de cáscara y le secó sus plumitas húmedas con un paño
de algodón de los que usaba para la vajilla. Dejándolo sobre la mesa lo miró.
En el salón piaban sus hermanos que aún seguían en la incubadora, pero él se
tambaleaba y estaba en silencio con los ojillos medio cerrados aún.
—No
creo que sobrevivas chiquitillo mío. Eres feo, delgaducho y esmirriado, pero no
perdemos nada por intentarlo, ¿verdad? —le dijo alzándolo con
una mano y metiéndoselo en el bolsillo de su delantal—. Al menos aquí estarás calentito.
La buena señora llevaba al animalito de día en el
delantal y de vez en cuando echaba unas miguitas de pan mojadas en leche con la
esperanza de que se comiera alguna y de noche lo colocaba con una bolsita de
semillas calentitas sobre su propia almohada. Durante un par de días temió por
la vida del pequeño, sin embargo, no le dijo nada a su hijo para no
preocuparlo, sabía que se encontraba demasiado ocupado en aquellas fechas
cerrando balances y cuentas de sus clientes. En el último momento, el joven
llamó a su madre y le dijo que no podía ir con ella esa Nochebuena, que lo
sentía mucho, pero que debía acudir a una cena a la que lo habían invitado y
que en ella remataría un buen negocio. Encarna que estaba acostumbrada a vivir
sola, lo escuchó diciéndole que no se preocupara, que lo entendía. Lo que no le
dijo es que sus otros hijos ese año tampoco podían cenar con ella y sin darle
demasiadas vueltas al asunto se dispuso a pasar la fiesta sola.
La noche del veinticuatro, cenó algo frugal, para
ella era un día como los demás. Aunque
después de comer no se acostó como hacía habitualmente. Encendió las luces que
le había puesto ella misma al belén y decidió leer Cuento de Navidad, que era
uno de sus libros preferidos, al hacerlo recordó que cada año le leía un
fragmento a sus hijos. Sintió que los echaba de menos añorando navidades
pasadas en que toda la familia estaba unida, pero no quiso pensar en ello
demasiado porque empezaba a emocionarse y se recreó en el libro que tenía entre
las manos. Cuando se cansó de la lectura fue a prepararse una infusión y se
puso a pensar en lo que había leído, en el sentido de la Navidad, en lo que
guarda el corazón de cada persona, en que hay que creer en los milagros…
Se sentó de nuevo en su butaca y cuando estaba medio
dormida sintió un sonido que no había escuchado hasta ese momento: el piar de
un pollito que sacaba la cabeza por el bolsillo de su delantal, subía por su vientre
y su pecho hasta colocarse en uno de sus hombros. La mujer no daba crédito a lo
que estaba viendo.
—¡Pequeñillo,
por fin has vencido en tu lucha! ¡Estás precioso!
Aquella noche puso una cajita a los pies de su cama
y durmió rodeada de sus chiquitines que con su piar lograron que no se sintiera
sola. Y fue entonces cuando se dio cuenta de que los pequeños milagros siempre
nos acompañan en la vida. Tan solo debemos creer que a cualquiera de nosotros
pueden sucedernos cosas mágicas.
La vida en sí
es un milagro y cada vida por pequeña que sea merece ser respetada y querida.
2ª Mención especial. Francisco López Monroy (Algeciras)
¡ENHORABUENA!
En breve, el 1er. premiado recibirá en su correo electrónico, el premio del libro "Saca el escritor que llevas dentro" trucos para escribir mejor.
Los 2ª y 3ª premiados, así como las menciones, recibirán en el mismo formato el libro "Manual de emergencias para escritores".