Y
yo... Yo solo soy un ángel que los ve desde lejos, queriendo vivir algo
parecido.
De
la nada, escucho los pasos de sus Converses azules retumbar cerca de mí. Me
toma de la mano y pone su rostro pegado a mi brazo.
—
¿Me invitas a algo?
Me
debe casi la vida desde que la conozco, y todavía se atreve a preguntar.
—Toma
lo que quieras, rápido, yo voy a pagar.
Salió
corriendo a buscar lo que quería, mientras yo le ponía la tapa a mi café con
crema. Giré y la vi, traía papas y una bebida energizarte en lata. Me paré
frente a ella.
—
¿Almorzaste? —ella negó—. ¿Al menos desayunaste? —Volvió a negar.
Me
dirigí Caja, le pedí una rebanada de pizza y pagué todo. Ella me siguió.
Andrea
—O Andy, como muchos la llamaban— era la pequeña luz de mis ojos. Entre todos
los humanos ella tenía algo especial, ella es simplemente cautivante. Quizá no porque
fuera mejor que todos ellos; seguía siendo como todos los demás, la seducían
los placeres y ella me seducía a mí.
—
¿Vas a la biblioteca?—habló, mientras mordía su pizza.
—Sí,
como todos los días.
—
¿No te aburres?
—Para
nada.
Nuevamente
tomó mi mano. Una corriente de electricidad me recorrió de la punta de los pies
hasta la última fibra de mi cabello cuando sus dedos se entrelazaron con los
míos. La miré, sus ojos avellanados brillaron y mi corazón empezó a saltar como
loco por toda mi caja torácica.
—Ven
conmigo —salió de sus labios.
—
¿A dónde?
—A
un lugar menos aburrido.
Me
dejé llevar por ella, mis pasos la seguían, y sí, la seguirían donde quiera que
fuere, por todos lados. Llegamos hasta la iglesia, entramos y ella me guío
hasta unos andamios. La detuve.
—Andy,
creo que no podemos subir ahí.
Soltó
mi mano, me miró desafiante y se subió al andamio. Pero como dije anteriormente,
la seguiría a cualquier lado, sin importar dónde. Empecé a subir, y con un poco
de miedo llegué a la cima. Estábamos en el campanario, debajo del hermoso cielo
púrpura que cubría todo San Rafael. Nos pusimos a la orilla para verlo mejor.
Ella miraba el cielo y yo la miraba a ella. Me arriesgué, llevada de todo lo
que sentí, y puse mi mano sobre la suya.
No
dejaba de verla. No podía.
Sus
ojos volvieron a mí y me aprisionaron. Su postura cambió, estaba totalmente
frente a mí. Sus manos se acercaron a mis hombros, se puso de puntillas y en un
parpadeo, sus calientes labios chocaron con los míos. De repente, algo se encendió.
Una chispa que en mi alma se hizo un caos. Algo enorme. Gigante. Una explosión
de dinamita. Era un beso lento, calmado pero dominante. Era hambriento, como si
tal fuera que llevábamos siglos deseándonos.
Pero
no todo fue bonito en ese momento. Mi espalda, especialmente mis alas,
empezaron a arder. Me separé bruscamente de ella. Apoyé mis brazos en el muro,
tratando de contener el dolor.
—
¿Ángela, estás bien?
—Sí,
sí, estoy bien. —dije entre dientes.
—No
creo que lo estés —trato de tocarme pero la detuve. Esto era malo—. Déjame
ayudarte.
—No
puedes.
Un
grito de dolor salió de mi garganta, mis alas rompieron mi camiseta, las agité,
pero parecían no responderme. Las sentí quemarme, como si se estuvieran
desgarrando por completo.
Mis
alas...
Mis
alas se deshicieron ante mis ojos.
Entonces
en ese momento, dejó de doler, al menos un poco.
—
¿Estás bien? —Andy estaba tan en shock como yo—. Ángela…, tus alas.
Ella
sabía que yo era un ángel. Creo que desde que la conozco no logro guardarle
ningún secreto.
Reí
herida, y sin saber cómo reaccionar.
—Los
ángeles no podemos tener ese tipo de contacto con los humanos —dije—. Veo que
esas son las consecuencias.
Ella tomó mi rostro entre sus manos,
preocupada.
— ¿Ahora eres humana?
—Sí.
—Mierda, todo esto es mi culpa —dijo,
soltando mi rostro, alejándose de mí.
—Niña, estoy bien —la tomé por la cintura—.
Estoy bien ahora que puedo estar completamente contigo.
VIRGINIA RUBIO RODRÍGUEZ (Algeciras)
3er. PREMIO
EL ARADO QUE NO SABÍA QUÉ DECIR
Fulgencio se
levantaba cada mañana con muchísimas ganas de
trabajar. El campo lo era todo
para él,los distintos verdes de
la campiña le sorprendían a diario a pesar de que era el
paisaje que siempre
tenía delante, los árboles que crecían
salvajes le maravillaban porque en sus ramas constantemente
había reuniones
de pájaros diferentes según la estación, las
florecillas
daban un aspecto elegante y colorido al suelo que
veía desde el macuto hasta
llegar al terrenito que Manolo, su
dueño, visitaba cada mañana para trabajar la
tierra que le
daría las mejores papas colorás de los alrededores.
Cada día Fulgencio,junto con la machota y los guantes se
repetían la buena suerte que el destino
les había deparado al
haber topado con un campero tan estupendo y tan trabajador
como su amo.
Cada día era el mismo
ritual, llegaban al terrenito, Manolo se
ponía los guantes, cogía la machota
con una mano y con la otra
el arado y se
dirigía a la vereda derecha donde las
papas.
Pero ese día Manolo dejó el macuto en el cobertizo de madera de
pino y se dirigió a la estantería del
Leroy Merlín
que había
colocado dentro y cogió la herramienta más sexy que Fulgencio
había
visto jamás.
Allí
estaba Estrella, la zoleta nueva con
precio y todo, mirándola bobaliconamente.
¿Amor a primera vista?
Ella le miraba
atentamente, brillaba su hoja nueva con una
ilusión antes no vivida,él cohibido y con
barro del día
anterior le hubiera dicho mil cosas: cómo se puede ser tan
bonita,por ejemplo,o cuánto tiempo había esperado ese momento,
pero Fulgencio era corto,bueno corto no, no sabía
cómo sacar las
palabras adecuadas ¿y si metía la pata? ¿Y si su voz grave de
barítono de coral la asustaba? ¿Y si ella esperaba otra cosa? ¿Y
si ella no
estaba en la misma sintonía?
Fulgencio en el fondo
sabía que la zoleta lo miraba
diferente,¡se nota! sentía que
un hilo rojo había envuelto sus
hojas,ella nueva del leroy y la de él, de la ferretería de
toda
la vida, magullado por los terrones, sucio por el barro.
¡Va! Cómo se va a haber
fijado en mí....pensaba.
El rastrillo, viendo
el percal que en un momento se había
montado en la caseta intervino:
—¡A, qué sorpresa,
tenemos herramienta nueva! ¿Qué pasa guapa?
¿Que tal estás? Mira me presento,soy Eleuterio y este de aquí
tan parao
es Fulgencio, ¡chiquillo, dí
algo! Qué bofetonada
tienes Lute, ¡por Diooo!, otra vez me deja en vergüenza.
¡Qué envidia me da!pensaba con
sofocación el pobre arao. Y es
que a él se le atropellaban las
palabras, sabía qué decir, pero
lo que sentía sonaba ridículo,y prefería callarse y mirar de
soslayo.
—Hola,¡qué alegría de
recibimiento!Soy Estrella y estoy deseando
trabajar con vosotros. ¿Cuándo empezamos?
Ahí es cuando
Fulgencio se deshizo en explicaciones, que si
primero Manolo hacía tal, que
luego hacía cual, que ...todo lo
que concernía al trabajo le salía del
tirón
pero cuando se
trataba de sentimientos, ya se quedaba congelado.
Estrella le
miraba embobada y abducida por la cadencia de la
voz del arao,de la precisión
de sus palabras y de pronto en un
arrebato de los suyos le dijo: Oye
arao, ¿y si nos hacemos
novios?
Lute se quedó muerto
y Fulgencio se volvió a
congelar.
—PPPEROOO QQQQQ QQQQué dices Estrella?
—Po eso, que nos
hagamos novios, mira yo soy muy práctica. Ahora
estoy nueva, pero después de varias zoletadas me voy a
empezar a descascarillar y tú estás hecho un desastre ¡sabe Dios
cuántos acres has arado en tu
vida! Nos hacemos novios el
tiempo de labranza y disfrutamos de lo que tenemos.
No sabemos
cuánto tiempo nos queda y ahora estamos bien y vamos a pasar
tiempo
juntos, así que no perdamos el rato, ¡chiquillo!
—Ppeppero
asssí, ¿sin mmmmmás? Si ni siquiera sé decir cosas
bonitas,
pero las tengo aquí dentro, de verdad!
—Yo te enseñaré, entre arado y arado
,zoletada y zoletada te
enseñaré a expresar lo que te hace reír, lo
que te hace llorar
lo que te hago sentir. ¡Es fácil!¡Créeme! Déjate llevar. Suelta
y confía.
Mientras decía esto, Fulgencio cada vez se acercaba más a la
estantería, hasta que la tuvo tan cerca que no pudo
resistir
tanto fulgor de la hoja nueva del Leroy que, cerrando los ojos
la besó.
Ella, medio desmayada por la sorpresa le dijo:
—Repite conmigo "Solo somos
una vida y a esta ya llegamos tarde.
Camina conmigo,dame tu mano,yo te digo el camino"
Así lo hizo Fulgencio. Repitió la frase tocho de Estrella y no
se escuchó ni tan mal.
Lute se quito de en
medio asqueado de tanto pasteleo y ellos
esperaron a Manolo, a que los introdujera en el macuto
para ir
a coger las papas.