RELATOS GANADORES CONCURSO SAN VALENTÍN

 A continuación podéis leer los 3 relatos ganadores del I CONCURSO DE RELATOS ROMÁNTICOS por el Día de San Valentín.

Espero que disfrutéis de su lectura.

ALICIA MORALES FDEZ. (Algeciras)

1er. PREMIO

EL TIEMPO

Hacía más   de dos años que nos despedimos  en aquel  café del centro.

Dos años ,siete meses y once días me corrigió él  con una precisión perfecta. Pensé que los  contaba diariamente. Estuve a punto de preguntarle por las horas que nos habían separado para que me recordara  si fue una  mañana o una  noche, quizás una  tarde Yo sabía con una certeza absoluta que habían pasado dos de mis cumpleaños sin él, dos agostos de levantes y ferias sin él. Dos otoños

Me miraba apurando cada detalle, repasando mis gestos, mis manos. La manera de cruzar las piernas y la coquetería de atusarme el pelo. Te ha crecido mucho. Eras una pelirroja de pelo corto, ahora luces una melena larga y negra Sonreí. Estas más delgada y más guapa 

Lo miré con los ojitos llenitos  de ayer, el tiempo lo había envejecido, entristecido, cubierto de una pátina gris que le pesaba en las pestañas y desteñía su mirada.

Atesoraba el cansancio de los días iguales, de la rutina triste que se repite, de la abulia que nos marchita antes que el sol se ponga. Muchas mañanas no quiero levantarme, no encuentro sentido a empezar el día, y no tengo razones.

No, no tienes razones le dije, o quizás las tienes todas. Todos tenemos derecho a deprimirnos pero no tenemos derecho a recrearnos en la tristeza. Tu elegiste.

Recordé Palabras para JuliaTe echo mucho de menos, tu entusiasmo, tu alegría. Tu manera de acurrucarte cuando duermes. Tu risa. 

Pensé que el tiempo es injusto, y relativo, él había envejecido tanto ante mis ojos, yo me sentía más joven, como antes de él. Dos seres distintos, en edad, en ideas, en clase social (siempre fue tan clasista) ,en pensamientos mirándose cara a cara. Él echándome de menos y yo dejándome echar de menos.

Un sentimiento agridulce me subía desde la planta de los pies hasta la nuca, como una tibia caricia que me susurraba que no hay más Macondos, ni mangos dulces, ni arenas de playas color azafrán  para aquella que asumió su disidencia

Yo me morí de dolor tras la ruptura, morí y renací. Muerta de pena viví día a día  hasta llenar los días  de  razones para lavarme la cara y buscar el pan y la alegría.

Él hizo lo más conveniente, su vida se fue tiñendo de gris  y se condenó a una perpetuidad de aburrimiento 

Habían pasado más de dos años. Dos años ,siete meses y once día.


KEYTHLEEN G. ESCOTO (Estelí, Nicaragua)

2.º PREMIO

UN ATARDECER EN SAN RAFAEL

Cuando los humanos son felices un aura de luz posee sus almas. No puedo explicarlo, pero es tan hermoso, que ni siquiera parecieran ser los seres más insoportables, ruines y embusteros. Los humanos son moldeables, una pequeña exposición a la maldad y ya estarán sucios, quizá de por vida.

Y yo... Yo solo soy un ángel que los ve desde lejos, queriendo vivir algo parecido.

De la nada, escucho los pasos de sus Converses azules retumbar cerca de mí. Me toma de la mano y pone su rostro pegado a mi brazo.

— ¿Me invitas a algo?

Me debe casi la vida desde que la conozco, y todavía se atreve a preguntar.

—Toma lo que quieras, rápido, yo voy a pagar.

Salió corriendo a buscar lo que quería, mientras yo le ponía la tapa a mi café con crema. Giré y la vi, traía papas y una bebida energizarte en lata. Me paré frente a ella.

— ¿Almorzaste? —ella negó—. ¿Al menos desayunaste? —Volvió a negar.

Me dirigí Caja, le pedí una rebanada de pizza y pagué todo. Ella me siguió.

Andrea —O Andy, como muchos la llamaban— era la pequeña luz de mis ojos. Entre todos los humanos ella tenía algo especial, ella es simplemente cautivante. Quizá no porque fuera mejor que todos ellos; seguía siendo como todos los demás, la seducían los placeres y ella me seducía a mí.

— ¿Vas a la biblioteca?—habló, mientras mordía su pizza.

—Sí, como todos los días.

— ¿No te aburres?

—Para nada.

Nuevamente tomó mi mano. Una corriente de electricidad me recorrió de la punta de los pies hasta la última fibra de mi cabello cuando sus dedos se entrelazaron con los míos. La miré, sus ojos avellanados brillaron y mi corazón empezó a saltar como loco por toda mi caja torácica.

—Ven conmigo —salió de sus labios.

— ¿A dónde?

—A un lugar menos aburrido.

Me dejé llevar por ella, mis pasos la seguían, y sí, la seguirían donde quiera que fuere, por todos lados. Llegamos hasta la iglesia, entramos y ella me guío hasta unos andamios. La detuve.

—Andy, creo que no podemos subir ahí.

Soltó mi mano, me miró desafiante y se subió al andamio. Pero como dije anteriormente, la seguiría a cualquier lado, sin importar dónde. Empecé a subir, y con un poco de miedo llegué a la cima. Estábamos en el campanario, debajo del hermoso cielo púrpura que cubría todo San Rafael. Nos pusimos a la orilla para verlo mejor. Ella miraba el cielo y yo la miraba a ella. Me arriesgué, llevada de todo lo que sentí, y puse mi mano sobre la suya.

No dejaba de verla. No podía.

Sus ojos volvieron a mí y me aprisionaron. Su postura cambió, estaba totalmente frente a mí. Sus manos se acercaron a mis hombros, se puso de puntillas y en un parpadeo, sus calientes labios chocaron con los míos. De repente, algo se encendió. Una chispa que en mi alma se hizo un caos. Algo enorme. Gigante. Una explosión de dinamita. Era un beso lento, calmado pero dominante. Era hambriento, como si tal fuera que llevábamos siglos deseándonos.

Pero no todo fue bonito en ese momento. Mi espalda, especialmente mis alas, empezaron a arder. Me separé bruscamente de ella. Apoyé mis brazos en el muro, tratando de contener el dolor.

— ¿Ángela, estás bien?

—Sí, sí, estoy bien. —dije entre dientes.

—No creo que lo estés —trato de tocarme pero la detuve. Esto era malo—. Déjame ayudarte.

—No puedes.

Un grito de dolor salió de mi garganta, mis alas rompieron mi camiseta, las agité, pero parecían no responderme. Las sentí quemarme, como si se estuvieran desgarrando por completo.

Mis alas...

Mis alas se deshicieron ante mis ojos.

Entonces en ese momento, dejó de doler, al menos un poco.

— ¿Estás bien? —Andy estaba tan en shock como yo—. Ángela…, tus alas.

Ella sabía que yo era un ángel. Creo que desde que la conozco no logro guardarle ningún secreto.

Reí herida, y sin saber cómo reaccionar.

—Los ángeles no podemos tener ese tipo de contacto con los humanos —dije—. Veo que esas son las consecuencias.

Ella tomó mi rostro entre sus manos, preocupada.

— ¿Ahora eres humana?

—Sí.

—Mierda, todo esto es mi culpa —dijo, soltando mi rostro, alejándose de mí.

—Niña, estoy bien —la tomé por la cintura—. Estoy bien ahora que puedo estar completamente contigo.


VIRGINIA RUBIO RODRÍGUEZ (Algeciras)

3er. PREMIO

EL ARADO QUE NO SABÍA QUÉ DECIR

Fulgencio se levantaba cada mañana con muchísimas ganas de

trabajar. El campo lo era todo para él,los distintos verdes de

la campiña le sorprendían a diario a pesar de que era el

paisaje que siempre tenía delante, los árboles que crecían

salvajes le maravillaban porque  en sus ramas constantemente

había reuniones de pájaros diferentes según la estación, las

florecillas daban un aspecto elegante y colorido al suelo que

veía desde el macuto  hasta llegar al terrenito que Manolo, su

dueño, visitaba cada mañana para trabajar la tierra que le

daría las mejores papas colorás de los alrededores.

Cada día Fulgencio,junto con la machota y los guantes se

repetían la buena suerte que el destino les había deparado al

haber topado con un campero tan  estupendo y tan trabajador

como su amo.

Cada día era el mismo ritual, llegaban al terrenito, Manolo se

ponía los guantes, cogía la machota con una mano y con la otra

el arado y se dirigía a la vereda derecha donde las papas.

Pero ese día Manolo dejó el macuto en el cobertizo de madera de

pino  y se dirigió a la estantería del Leroy Merlín que había

colocado dentro y cogió la herramienta más sexy que Fulgencio

había visto jamás. Allí estaba Estrella, la zoleta nueva  con

precio y todo, mirándola bobaliconamente.

¿Amor a primera vista?

Ella le miraba atentamente, brillaba su hoja nueva con una

ilusión antes no vivida,él cohibido y con barro del día

anterior le hubiera dicho mil cosas: cómo se puede ser tan

bonita,por ejemplo,o cuánto tiempo había esperado ese momento,

pero Fulgencio era corto,bueno corto no, no sabía cómo sacar las

palabras adecuadas ¿y si metía la pata? ¿Y si su voz grave de

barítono de coral la asustaba? ¿Y si ella esperaba otra cosa? ¿Y

si ella no estaba en la misma sintonía?

Fulgencio en el fondo sabía que la zoleta lo miraba

diferente,¡se nota!  sentía que  un hilo rojo había envuelto sus

hojas,ella nueva del leroy y la de él, de la ferretería de toda

la vida, magullado por los terrones, sucio por el barro. 

¡Va! Cómo se va a haber fijado en mí....pensaba.

El rastrillo, viendo el percal que en un momento se había

montado en la caseta intervino:

—¡A, qué sorpresa, tenemos herramienta nueva! ¿Qué pasa guapa?

¿Que tal estás? Mira  me presento,soy Eleuterio y este de aquí

tan parao  es Fulgencio, ¡chiquillo, dí algo! Qué bofetonada

tienes Lute, ¡por Diooo!, otra vez me deja en vergüenza. 

¡Qué envidia me da!pensaba con sofocación el pobre arao. Y es

que a él se le atropellaban las palabras, sabía qué decir, pero

lo que sentía sonaba ridículo,y prefería callarse  y mirar de

soslayo.

—Hola,¡qué alegría de recibimiento!Soy Estrella estoy deseando

trabajar con vosotros. ¿Cuándo empezamos?

Ahí es cuando Fulgencio se deshizo en explicaciones, que si

primero Manolo hacía tal, que luego hacía cual, que ...todo lo

que concernía al trabajo le salía del tirón pero cuando se

trataba de sentimientos, ya se quedaba congelado.

Estrella le miraba  embobada y abducida por la  cadencia de la

voz del arao,de la precisión de sus palabras y de pronto en un

arrebato de los suyos le dijo: Oye arao, ¿y si nos hacemos

novios?

Lute se quedó muerto y  Fulgencio se volvió a congelar.

—PPPEROOO QQQQQ QQQQué dices Estrella?

Po eso, que nos hagamos novios, mira yo soy muy práctica. Ahora

estoy nueva, pero después de varias zoletadas me voy a

empezar a descascarillar y tú estás hecho un desastre ¡sabe Dios

cuántos acres has arado en tu vida! Nos hacemos novios el

tiempo de labranza y disfrutamos de lo que tenemos. No sabemos

cuánto tiempo nos queda y ahora estamos bien y vamos a pasar

tiempo juntos, así que no perdamos el rato, ¡chiquillo!

—Ppeppero asssí, ¿sin mmmmmás? Si ni siquiera sé decir cosas

bonitas, pero las tengo aquí dentro, de verdad!

—Yo te enseñaré, entre arado y arado ,zoletada y zoletada te

enseñaré a expresar lo que te hace reír, lo que te hace llorar

lo que te hago sentir. ¡Es fácil!¡Créeme! Déjate llevar. Suelta

y confía.

Mientras decía esto, Fulgencio cada vez se acercaba más a la

estantería,  hasta que la tuvo tan cerca que no pudo resistir

tanto fulgor de la hoja nueva del Leroy que, cerrando los ojos

la besó. 

Ella, medio desmayada por la sorpresa le dijo:

—Repite conmigo "Solo somos una vida y a esta ya llegamos tarde.

Camina conmigo,dame tu mano,yo te digo el camino"

Así lo hizo Fulgencio. Repitió la frase tocho de Estrella y no

se escuchó ni tan mal.

Lute se quito de en medio asqueado de tanto pasteleo y ellos

esperaron  a Manolo, a que los introdujera en el macuto para ir

a coger las papas.


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