GANADORES CONCURSO MICRORRELATOS DE HALLOWEEN

Quiero agradecer  a todos los participantes en el concurso de micros de Halloween organizado por Palabreando, taller de escritura.

Como lo prometido es deuda, publico los mejores micros seleccionados de entre unos 20 recibidos. Los que no se publican, no quiere decir que no tengan calidad, por supuesto que la tienen, pero hay que seleccionar y publicar los que creo son los mejores.

Os animo, a todos, a seguir participando en los próximos concursos y sorpresas que iré añadiendo en este blog, por eso os recomiendo que le deis a SEGUIR (en la parte superior del blog) y así recibiréis todas las noticias en vuestro buzón.

Como digo siempre: A ESCRIBIR, SE APRENDE ESCRIBIENDO. Y, PARA HACERLO BIEN, ANTES HAY QUE HACERLO MAL.

Disfrutad de la lectura.

EYTHAN GIL JIMÉNEZ
El monstruo del armario.
Aquel día, en el que las bífidas manos cerraban ciegamente los labios hasta llegar a las cuerdas vocales. Corriendo sin parar, sin el más mínimo aliento, hacía ningún destino en el que estar, intenté escapar de él  pero me cortaba con sus miedos, con mis pensamientos.
A lo lejos vi de nuevo aquel desván, pensé que algo me seguía la primera vez que estuve tras esa puerta de chirridos agudos y que me sostenían, de pies a cabeza, sin ni siquiera tocarme.
Hoy vuelvo a entrar y veo aquella  sombra tras las cajas en las que sigo viendo sus lágrimas agonizando, aquellos cuerpos que yo hice desaparecer, aquellos asesinados, las caras que no olvido, destruidas con mis propias manos.
Un suspiro que retumba mis oídos, los que intento hacerlos sordos y los bellos como clavos en mi piel al verte detrás de mí.
-¡VETE! si no quiere ser un recuerdo más, sé que no sangras pero al final es más que ello, sé que no sufres pero ya estás muerto.
Hoy volví a verme con el pasado, aquella niñez escalofriante y resistente que retumba en esta fechas.
"Yo fui el monstruo de aquella vida, de aquel recuerdo."

CARMEN GALET-MACEDO
                                           Cerrado por defunción
Llegaba tarde como de costumbre al taller de costura, por eso casi me doy de bruces con el cartel que habían colgado, “cerrado por defunción”. El corazón me dio un vuelco y la respiración se aceleró. La puerta no estaba encajada y entré. Allí estaban todas mis compañeras y la maestra del taller, ordenando hilos y telas, en silencio, con los rostros muy tristes. Acongojada, me puse a recoger también. De vez en cuando alguien rompía a llorar o suspiraba negando con la cabeza. Estaban tan ensimismadas que ni me miraron, de hecho, creo que ni se dieron cuenta que estaba allí, así que no pregunté; ya me enteraría, pues en unos minutos iríamos al funeral, según recordó la maestra. Fui con ellas hasta el cementerio. No tardó en aparecer el féretro. Según se acercaban mis latidos se dispararon y la respiración se me cortó cuando me di cuenta, de que quien encabezaba el funesto cortejo, era mi hija. Perdí el color y casi el conocimiento, no entendía nada. El sacerdote comenzó su oración y me nombró, fue entonces cuando todos los presentes me dieron su último adiós y mi consciencia pudo contemplar el funeral de mi cuerpo.

ESTHER MONTOYA MACÍAS
El enterrador
La puerta entreabierta le permitió la entrada. Era el momento de descanso. Nadie vigilaba. Una luz fría invadía la sala. Al fondo, sobre una mesa de autopsia, un cadáver rígido que había dado su último suspiro hacía horas, esperaba para ser analizado. Con expresión triunfante, Norma se acercó con cuidado. Era él, sin duda. Reconocería esas manos en cualquier lugar. Guiada por la locura, hurgó en el cuerpo bruscamente, hasta arrancar el corazón de su pecho.
Desde el respiradero del sótano, podía ver la gran cantidad de gente, que abarrotaba la calle en ese momento. Necesitaba salir de allí antes de que la descubrieran, y no vio mejor ocasión para hacerlo, que aquella que le brindaba esa noche de Halloween. Podría pasearse entre la gente, incluso unirse a ellos en la celebración. ¿Quién sospecharía de una mujer que vestía unas ropas ensangrentadas?
Norma no podía tolerar que alguien hubiese cavado un hoyo para meter a su pequeño hijo fallecido.

JUAN EMILIO RÍOS VERA
El cementerio delos poetas suicidas
Fuera de los muros del camposanto municipal, sin flores, ni cruces, sin ángeles ni vírgenes, cristos ni santos, sin lápidas de mármol ni palabras de despedida ni de tránsito a la otra vida, el viejo cementerio de los poetas suicidas no era más que unos olvidados túmulos de arena, tierra y piedras, sin nombres, ni fotografías, sin edades ni fechas.
Allí, sus hijos y nietos literarios se reúnen también la noche de los difuntos a recitar sus poemas y a recordar sus laceradas vidas que se fueron como el humo. Allí, esa noche, una alegría desbordante se hace dueño del ambiente, corre generoso el vino y la absenta y las drogas alucinógenas hacen su osado papel con alevosía. No hay luto ni lágrimas, calaveras o disfraces, antifaces ni medias tintas. Allí se celebra a nuestra señora la Poesía con veneración y pasión desbordadas y sobre la fosa común, donde enterraron fuera de suelo sagrado, sin boato ni alharacas, sino con desprecio y nocturnidad, se dejan los libros que escribieron para que el papel, la tinta y las metáforas se hagan parte orgánica de sus almas malditas que sigue buscando versos entre la bruma.

Y para terminar, publico un micro muy micro, irónico y autobiográfico.

GABRIELE BEATE HEFELE

Muy personal

Un día uno de mis amigos comentó:
- ¡En la época medieval te habrían quemado como una bruja!







Enhorabuena a los seleccionados.

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