Uno
de los errores más comunes al comenzar a escribir —y uno de los
más humanos— es querer demostrarlo todo en la primera novela, en
el primer cuento, en la primera página. Mostrar que se sabe narrar,
describir, emocionar. Como si el talento necesitara exhibirse con
fuegos artificiales. Y es natural. Todos pasamos por ahí.
Incluso
autores consagrados tuvieron comienzos desbordantes. Pensemos en
Almudena Grandes y su primera novela: Te
llamaré Viernes.
Aunque es una autora que muchos admiramos por su capacidad para
construir personajes, manejar tramas complejas y narrar con hondura
emocional, esa obra inicial no es fácil de leer. ¿Por qué?
Porque
está escrita con exceso. Exceso de frases largas, de adjetivos, de
descripciones minuciosas. La narración se detiene en cada gesto, en
cada movimiento irrelevante. Para decir que un personaje sale a la
calle, se nos muestra cómo se dobla la puerta, cómo baja un
escalón, cómo busca una zapatilla en la penumbra. Todo con un nivel
de detalle que, lejos de sumar, agota. El
lector no llega nunca a la trama: se queda atascado en el barro de
las palabras. Te
llamaré Viernes fue,
efectivamente, el primer
libro publicado
por Almudena
Grandes,
allá por 1989,
aunque no es su obra más conocida.

Se
trata de una novela juvenil,
muy distinta al tono y enfoque de sus grandes éxitos posteriores
como Las
edades de Lulú (que
también salió en 1989 y fue el que realmente la catapultó a la
fama) o El
corazón helado. Esta
primera novela fue escrita como un encargo para
una colección juvenil. Almudena aún no era la voz potente y
política que años después nos haría llorar con los episodios
nacionales del franquismo. Pero ya asomaban ciertas luces: un fuerte
interés por los personajes, un estilo ágil, cierta ironía
melancólica. Curiosamente, ha quedado como una obra
de culto menor,
un rincón casi secreto de su bibliografía. Ella misma llegó a
decir en entrevistas que fue una especie de ejercicio de
calentamiento, una novela que escribió con oficio más que con
ambición literaria, pero que guarda con cariño por ser el primer
paso de su larga marcha narrativa.
Una
de las mayores críticas —y a la vez características— de, Te
llamaré Viernes, es esa obsesión descriptiva, minuciosa, casi neurótica. Es como si
Almudena Grandes, en su primera novela, quisiera demostrar todo lo
que sabía escribir. Y lo hace con furia: adjetivos densos, frases
larguísimas, una cadencia que a veces se enreda consigo misma. La
narración se detiene en lo nimio, lo accesorio, y uno como lector
siente que camina por un lodazal de palabras para llegar a un punto
que no aparece.
Un
ejemplo, imaginado, muy en su estilo:
“Se
levantó de la cama con una lentitud que parecía estudiada, apoyó
primero la palma de la mano derecha sobre la manta deshilachada,
luego los dedos, uno a uno, como si temiera que el contacto con la
tela le robara algo. Se sentó al borde, respiró hondo, tanteó el
suelo con el pie hasta encontrar la zapatilla que sabía que estaba
allí, pero que el polvo y la penumbra disfrazaban de duda...”
Y
todo esto para decir que “salió de la cama”.
Esto
ralentiza la lectura de forma agotadora, sobre todo cuando no hay aún
una conexión emocional con los personajes o cuando el lector busca
trama y encuentra coreografía.
Esto
suele pasar en primeras novelas de autores muy dotados: hay talento,
pero aún no hay medida. No hay podadora. Te
llamaré Viernes es
una muestra de esa exuberancia narrativa sin freno. Luego, Grandes
fue templando su estilo. En Malena
es un nombre de tango y Las
edades de Lulú,
todavía hay exceso, pero ya aparece la contención. Y más adelante, en
sus novelas históricas, se vuelve otra narradora completamente distinta. SE pule a sí misma.
Pero
esto no invalida la novela: la humaniza. Nos muestra a una escritora
que empezaba, que todavía no dominaba la tijera. Que no había
aprendido, —como todos debemos aprender—, a podar, a corregir, a
dejar aire. Porque escribir bien no es hacerlo todo de golpe. Es ir
descubriendo qué sobra, qué hace ruido, qué puede decirse con
menos.
Así
que si hoy sientes que tu texto está sobrecargado, que no avanzas,
que te perdiste entre adjetivos y escenas que no van a ningún sitio:
enhorabuena. Estás escribiendo. Estás empezando. Estás
aprendiendo.
Y
lo importante no es hacerlo perfecto a la primera. Lo importante es
seguir.