El pasado sábado viví, una vez más, uno de esos días que hacen que todo cobre sentido. Celebramos el XIV Almuerzo Literario de Palabreando, los talleres de escritura que tengo el privilegio de coordinar, una vez más en el encantador Restaurante Fresco de Sotogrande, con la colaboración de Puerto Sotogrande, que siempre apuesta por la cultura en movimiento
Vinieron desde Estepona, La Línea, San Martín del Tesorillo, Manilva y Algeciras, y no solo desde distintos rincones del Campo de Gibraltar, sino también de otras partes del mundo: Alemania, México y, por supuesto, España. Una torre de Babel literaria, reunida alrededor de las palabras.
Creamos marcapáginas, decoramos tarros de los deseos, escribimos desde lo más hondo, lloramos, reímos, bailamos y compartimos lecturas propias con generosidad y entrega. Porque en estos almuerzos, escribir no es competir, sino compartir. Por supuesto, al final hubo entrega de diplomas y la creación de un Cadáver Exquisito que es el broche de oro de este evento.
Durante todo el evento fui desgranando la vida y obra de las tres escritoras que daban nombre al evento: Rosalía de Castro, Carmen Martín Gaite y Ana María Matute, ante la atenta mirada de mis invistas e invitado.
El bolígrafo
Estuve mucho tiempo en la papelería de doña Rosita , hasta que vino aquel chico de los recados y me llevó junto a tres paquetes de folios, cuatro cajas de lápices y los recambios de plumas de don Rafael. Viajamos mis hermanos bolígrafos y yo en una cajita marrón.
Me pusieron en el mostrador del banco del pueblo, era muy aburrido. Me ataron para que nadie me llevase y pasaba toda la mañana con las firmas. Un día la cuerda se soltó y una chica pelirroja me guardó en su bolso. Me hacía escribir en su diario de adolescente todos los días. No paraba.
Me abandonó en el parque de las acacias una tarde que estaba muy triste.
Ahora voy con un autor de libros de autoayuda firmando sin parar. Viajo mucho, pero estoy muy cansado.
Ojalá mi próximo destino sea un poeta.
El mar
Rayos violetas rozando la espuma,
la tarde vence a la mañana.
Naranjas en el horizonte
calma en la playa.
Tumbada, rendida, ofrecida
en un altar de conchas y de algas
La tarde vence a la tarde.
La luna asoma callada.
Claudia Strauss, alemana, residente en Manilva:
La Maseta
Ese mismo día, me echaron tierra de una bolsa en la cual quedaba menos de la mitad. Ella le dijo al hombre, que estaba observando con la pipa en la mano, —tenemos que comprar otra bolsa de sustrato, esto no alcanza.
Esperé y esperé, pero los días pasaban y no pasaba nada por un buen tiempo.
Por fin llegó el día, en que ella apareció con una bolsa de sustrato en el jardín.
─Me da pena usar esa maseta tan bonita para esta planta. Vamos a comprar otra planta que combine bien con esa maceta de cerámica─le dijo ella al hombre de la pipa.
Volví a pasar a la lista de espera.
Mientras esperaba, apareció un gato, un siamés, según me contaron las otras macetas. Se acercó a mí, me olfateó y luego dio vueltas a mi alrededor acariciándome.
Me hacía cosquillas, me reía como no lo hacía desde hacía tiempo. Luego saltó a mi borde y empezó a hacer movimientos extraños, se alejó de un salto y, en ese mismo instante, salió un olor nauseabundo que me descompuso. No sabía lo que había pasado hasta que ella dijo:—A mí me parece que Ares usó la meseta más bonita que tenemos en el jardin de arenero.
Cuando lo escuché, me partí en dos de enfado.
Ahora vivo en un rincón del jardín. Aún no me han llevado a la basura porque se olvidaron de que estoy detrás de una hortensia destrozado.
El mar
El mar, la mar, una llanura cuando está de buenas, donde los barcos son perlas flotantes y como don Quijotes de la Mancha, se enfrentan a sus mástiles cuando está de malas. El mar, ese líquido amniótico que envuelve los cuerpos que se atreven a zambullirse en sus aguas cristalinas, verdosas, azuladas o turquesas.
Personalizado el cuadro de, El matrimonio Arnolfini
Uy, uy, ese que me observa, ese sí, el que señala con el dedo, ¡No me señales hombre! Un poco de respeto, al menos por la embarazada. Esa expresión me gusta más. Hablan de los colores verdes brillante de nuestros ropajes y... ya era hora, se han dado cuenta que llevo grabada la fecha de mi nacimiento, mi creación: año 1434. Uff, que mayor soy ya, han pasado algunos siglos, pero estoy igual de joven, ¡Que bien me conservo!
Isabel Durán, de La Línea de la Concepción:
El mar
Llevaba meses sin ver el mar.
Cuando iba en automóvil mirando las extensas llanuras y los cultivos cubiertos de plásticos destellantes por el sol parecía que allí estaba cubriéndolo todo.
Era una necesidad imperativa ir a visitarlo; la impaciencia me inundaba y hasta me provocaba ansiedad. Echaba en falta su olor, la brisa, el salpicar de las olas , el pelo encrespado por el levante y el cuerpo cubierto de salitre y humedad.
A veces "amigo" cuando está en calma; otras "enemigo" cuando se le antoja devolver seres inertes a la orilla.
Te da paz...serenidad...no hay nada más bello que ver el sol escondiéndose detrás del mar.
Banco de corcho
Mi mejor momento del día es cuando Ana me coge de la casa y me introduce en el maletero del coche. Mi utilidad está próxima; mi uso hace feliz a muchas personas que solicitan los servicios de mi dueña. Ella me trata bien, me acaricia todos los días y me quita la suciedad que me va cayendo cuando no me utiliza. Me eligió porque estoy hecho de un material cómodo y flexible y mi altura es perfecta para que ella se siente.
Cuando vamos a las viviendas de nuestras clientas todas me piropean y exclaman ¡ qué bonito es ! Así que me encanta viajar en el coche; conozco a un montón de gente y veo como las caritas de dolor se transforman en felicidad con los tratamientos que Ana les hace en sus pies.
Sin duda, soy el mejor accesorio para hacer feliz a muchas personas pues la salud de nuestros pies tiene más importancia de lo que imaginamos pues están relacionados con todos nuestros órganos.
Isabel Segovia, del Tesorillo:
Soy un dormitorio
¡Qué aburrimiento tengo de estar todo el día solo y no aparecer nadie! Exceptuando en la mañana, que solo aparece para hacer la cama y ordenarme.
A veces se presenta para cambiarse de ropa, ¡me pone la cama todita llena!
Este me pongo, este me quito, este no me gusta, este me queda mejor.
¡Ya se dejó la luz encendida! ¡Madre qué despistada! ¡Chiquilla, abre esa ventana que entre la luz del día! Ya la abrió... ¡Que alegría, que fresquito, cuánta ventilación!
Nada... Ya se dejó los zapatos por medio. Ahora llega la noche, toca soportar los ronquidos, vueltas para un lado y al otro, de vez en cuando algunas otras ventosidades.
Suena el móvil, el despertador.
¡Que pesadez tener qué soportar todo! Pero si no es así, estoy aburrido y paso todo el día deseando que llegue la hora para estar acompañado.
Me siento privilegiado de ser el lugar donde se pueda sentir relajada.
El mar, la mar
¡Es un placer dar un paseo por la orilla del mar!
Con mis pies descalzos, dejando mis huellas al andar.
Oír las olas chocar, mirar a lo lejos y ver su inmensidad.
Respirar la brisas frescas y su olor a sal.
Alimenta mi alma de aire puro al pasear junto a la mar.
Mar Navarro, de Estepona:
El mar
Las aguas reposan
cálidas, espumosas
bajo el puente dormido.
El mar sereno
observa al sol,
despertando dulce y ardiente
al encuentro del velero.
Con suavidad desliza
sus velas, ante la majestuosidad
del faro.
Tú luminosidad nos adentra,
y nos lleva al mar abierto.
Cómo una ventana observa
al infinito,
océano azulado.
El zapato
Llego a la tienda envuelto en una caja cuadrada, su papel suave y blanquecino me protege del exterior. Estoy apilado, todo está oscuro, soy pequeño, pero muy elegante.
Las risas de una chica, despiertan mis sentidos, creo que baja la escalera, el tintinear de su rapidez hace que permanezca en alerta. Me remueve, y siento el balanceo entre sus manos. Voy pegado a su antebrazo, el recorrido se hace eterno. Escucho, como le dice a una señora, que este es su número.
Ahora empieza mi aventura, me embargo en un largo recorrido. La salida al mundo es como el confeti en una fiesta. La alegría de ver la luz después de una absoluta oscuridad me hace fuerte.
Percibo calidez, entre sus dedos finos y alargados. Unas cosquillitas suaves me recorren todo el cuerpo. El suelo resplandece, reflejándome en él, «que porte chico, que elegante» Ahora estoy un poco prisionero, pero intento adaptarme, me giro un poco a la derecha, me asiento y piso firme. Ya me encuentro en el lugar correcto, «que alivio, por fin recuperado».
Acaricio su piel sedosa y aterciopelada, las pisadas son como una almohada de plumas. Percibo una absoluta confianza junto a la mujer hermosa que avanza por la habitación, pesa poco y eso me agrada. Me observo en el espejo, que guapo y distinguido soy.
Ambos salimos contentos del establecimiento, para empezar una andadura juntos.
Susana Mateos, de Córdoba, afincada en Sotogrande
Diario
Mira, otra vez viene. Vuelve a abrirme, me rasga con mi compañero bolígrafo. ¿Por qué ya no sonríe? No, hoy llora. Sus lágrimas caen sobre mis hojas. Saben a pérdida. ¿Qué has perdido? Me cubre con símbolos, de esos que duelen y se clavan en el alma. Me tatúa una historia que habla de su mejor amiga, que la olvidó en el recreo. Ya no son amigas. También cuenta que la mancha de su mejilla fue un golpe. Parece ser que los niños de su clase han encontrado un nuevo juego, en el que ella siempre pierde. Vuelve a cerrarme y, con un suspiro, me abraza fuerte. Y yo, con tinta y lágrimas, sostengo su dolor.
Son maravillosos los escritos
ResponderEliminar